sábado, 22 de mayo de 2010

Hermana

Hermana

José Pacella

«Buen provecho mi general», pensó en voz alta Ivonne de vuelta en su hogar, al escuchar la tedio-tenebrosa cadena de las Fuerzas Conjuntas. (Nunca hubiera imaginado antes una música para «inspirar» el miedo).

Participaba del «casa a casa» con el volante del NO, del Frente. Les habían indicado arrojarlos en algunas calles, pero decidieron, con su amiga Lila, arriesgarse empujándolos por debajo de las puertas. Los camuflaron en un cochecito del bebé recorriendo el barrio sin zozobras, dimensionando lo inocente.

Vaya uno a saber si por intuición, casualidad o estado de ánimo, esta vez no utilizó, al comunicarse con uno de sus enlaces, telefónicamente, con el nombre acordado. Cuando preguntaron «¿De parte de quién?», apenas respondió «de la hermana».

Se encontraron en el lugar que usaban en forma permanente. Luego del natural beso de pareja, se alejaron tomados de la mano.

Era un tiempo donde los vínculos sentimentales y familiares se multiplicaban. Sobrinos, tíos y parejas que no lo eran, y, a la vez, pasiones nacidas en el fragor y las tensiones de la lucha clandestina, reencuentros fortuitos cuando la soledad era otro enemigo a combatir.

Apenas dieron la vuelta, en la primera esquina, él lanzó una chorrera entrecortada de confusas palabras que intentaban ser confesión, aviso, disculpa y pedido de ayuda, todo a la vez. Una semana atrás lo habían detenido, torturado y soltado con el compromiso de entregarla cuando se comunicara.

-¿Qué hago ahora?

«Tenés que ver lo positivo de mi actitud, ahora te aconsejo que vayas a tu casa, tomes lo elemental, hables con tu familia y te vayas del país.»

Ivonne, sacudida por lo que escuchaba, logró desdoblarse y asimilar lo suficiente para hilvanar una respuesta.

Se despidió con una expresión de confianza alejándose rápidamente del lugar, alerta, buscando las calles que le permitieran confundirse con la gente, cerciorándose de que no la seguían.

Con el corazón más acelerado que sus pies pensó, con una tenue sonrisa contenida entre sus labios, en la magia de una palabra;

HERMANA, capaz de transformar la rama quebradiza del paraíso en mimbre, para permitir que ella siguiera aportando savia al árbol de la resistencia, que en ese entonces crecía.

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